30 marzo 2018


Cheek to cheek

Jesús Ramos Alonso

Amelia notó un roce en su mejilla y una pregunta la acarició.
Sí— respondió con los ojos cerrados.
Oyó música y sintió unos brazos que la levantaban, separándola de la tierra…
«…Vestido con frac y sombrero de copa, Alfredo dirigía sus movimientos con suavidad. Sus larguísimas piernas flotaban sobre el suelo sin impulso. Envuelta en un traje de muselina de seda, ella orbitaba a su alrededor, atraída por un influjo cósmico. Sobre el mar de la tranquilidad, los astros en el cielo acompañaban su danza; sus cuerpos, “cheek to cheek”, se confundían en una forma ingrávida, movida sólo por la voluntad de la música…»
Amelia abrió los ojos y vio la cama, un gotero, su silla de ruedas… Volvió a cerrarlos.
«…La música se aceleró. Arriesgados pasos se alternaban con giros imposibles dentro de la burbuja en la que se movían, sin que el mundo exterior les afectara. Y así, el tiempo se hizo eterno por la magia del baile... »

La mañana anterior, antes de despedirse, Alfredo le preguntó:
¿Que te gustaría?
Bailar— contestó ella.
Al salir, la enfermera fue a su encuentro:
Don Alfredo, el doctor me ha dicho que pase a verle, está en su consulta.
Ya sabía lo que quería el médico así que, tras dar las gracias a la enfermera, siguió su camino.

Ya en casa se derrumbó en el sofá después de poner en el video “Ginger y Fred”. Ella decía que esa película olía a Fellini. La historia, tras un fondo de nostalgia, encerraba un mensaje positivo: dos seres que, en un momento dado, son capaces de crear un mundo casi al margen.

Amelia nunca dejó de bailar, primero en una compañía de ballet clásico, después en la academia que montó apoyada en su prestigio y, cuando su nombre fue decayendo, dando clases en colegios. Mientras la sostuvieron las piernas, no dejó de contagiar a otros la magia de la danza; era su vida, y Ginger y Fred sus ídolos; le hacían olvidar que somos mortales y que tenemos peso.
Alfredo en cambio era incapaz de dar tres pasos seguidos sin tropezar. Decía que la ley de la gravedad se interponía entre él y cualquier baile para el que hubiera que levantarse del sillón. Pero, a su forma, también sucumbió a la misma magia; se interesó por los personajes de Fred Astaire y Ginger Rogers, tanto en la ficción como en la realidad.
Leyó libros, conocía cientos de anécdotas; se sabía todo de su mutua antipatía. En las escenas musicales, él llenaba la pantalla; en cambio actuando llevaba las de perder. Quizá ese doble aspecto fue mal digerido por sus fuertes personalidades y la falta de química dificultó el rodaje de escenas íntimas en sus películas.
Alfredo nunca tuvo problemas con la popularidad de Amelia: se complementaban. La armonía entre ellos dejaba espacio para que ella bromeara con su torpeza. Le decía:
No me quiero morir sin que me hagas volar— se refería al baile— volar por amor— recalcaba —como Ginger y Fred— le susurraba al oído con una sonrisa que le desarmaba.
Para sobreponerse él respondía:
Sí, sí, mucho amor, pero jamás se dieron un beso en la pantalla— lo que era cierto.
En el fondo Alfredo sabía que la broma tenía un fondo de verdad; viendo juntos sus películas leía ese íntimo deseo insatisfecho en los ojos de Amelia.

Comenzaba a anochecer cuando le despertó el ruido del video al acabar la película; se había quedado dormido, en el hospital apenas daba unas cabezadas. Se dio una ducha y se hizo una tortilla francesa. Cogió la bolsa que tenía preparada y salió para pasar la noche junto a ella.
Amelia estuvo muy inquieta. Antes de amanecer se serenó y hablaron un rato. Alfredo sacó un pequeño radiocasete de la bolsa y, muy bajito, puso música. Acariciando su oído con un susurro le dijo: —¿Quieres bailar?...
Retiró la sábana y cogió en brazos aquel cuerpo que, ya, apenas pesaba. Con torpes movimientos, comenzó a girar mientras ella cerraba los ojos.
«…y, en medio de la música, Ginger sintió el beso que Fred nunca le había dado.»
Cuando entró la enfermera, Alfredo, sentado en el suelo, abrazaba el cuerpo sin vida de Amelia. En el radiocasete sonaba “Cheek to cheek”. Fuera empezaba a amanecer.






17 marzo 2018


Al borde del naufragio

Julio Sánchez Mingo

A Ángel Aldarondo, querido amigo, desaparecido en la mar, in memoriam

El pasado lunes 5 de marzo, a las 23:32 UTC, zarpó, de la terminal de Beato del puerto de Lisboa, el buque Betanzos de Navigasa, Naviera de Galicia, S.A., de 7.875 TPM y 118,55 m de eslora, con destino Casablanca y una carga de áridos, sílices para la fabricación de vidrio y cerámica.
A bordo diez tripulantes. Como primer oficial de puente, Aitor, el marido de Gora, nuestra Gorita, bisoño papá de Álvaro, su primogénito, nacido el pasado noviembre.
El viaje no duró mucho. En la canal del Tajo, frente a Oeiras, se produjo una caída de planta, black out, apagón general. El carguero quedó sin gobierno, con el timón metido a babor, y, por el efecto combinado de la inercia de sus 10 nudos de velocidad, la corriente y el viento, fue a encallar en los arenales de Bugio, cerca del faro situado en la fortaleza de San Lorenzo. Justo en ese momento la máquina se restableció. Mala suerte.

Faro y arenal de Bugio. Entre ambos encalló el Betanzos. mapio.net.

El escenario de la varada era complicado: abierto al océano, las olas golpeaban el barco con violencia. Había ráfagas de viento de hasta 25 nudos. El tiempo bronco no facilitaba las cosas. El fondo, según las cartas naúticas, está a una profundidad de unos 3,7-3,9 m, que aumenta con las mareas. Un poco más allá, al Este, el arenal está a solo 2,5 m de la superficie. El calado de la nave era de 7,3 m.


El Betanzos encallado filmado por un dron. SIC Noticias.

Para la tripulación, la permanencia en el navío durante las siguientes horas y días fue verdaderamente dura, especialmente la primera noche. Sin poder dormir, ¿quién puede conciliar el sueño, ni siquiera acostarse en el camarote en estas circunstancias?, sin conocer el alcance real del accidente, en la oscuridad de la vigilia, soportando los embates del mar y la ducha de los rociones que barrían la cubierta, con el peligro de caer al agua arrastrado por el oleaje.


El Betanzos, encallado en el arenal de Bugio, batido por las olas. Tiago Petinga. LUSA/EFE.

Además de la tortura psicológica que provoca la incertidumbre ante un final incierto. ¿Resistiría la estructura antes de ser remolcados o rescatados?
Y Lisboa, tan cerca y tan lejos.

Localización del Betanzos varado en el estuario del Tajo.

Y mientras unos se divertían en la playa, otros...


                                    Joao Fernandes                                     
La mayor preocupación de Aitor era que no hubiera accidentados: Sobre todo estoy muy encima de la gente para que procuren trabajar seguros.
Él mismo fue derribado por una ola y sufrió un fuerte golpe.
En esa tesitura, casi sin horas de sueño, seguro que malcomidos, agotados, siempre mojados, ateridos de frío, cualquier faena o maniobra era muy penosa y muy peligrosa, con grave riesgo de percances.
Y escribía a su mujer: ―Ayer por la mañana vinieron un refloating master y dos buzos portugueses, que son unos máquinas, para preparar todo el tren de remolque. Entre ellos y nosotros lo montamos. Nos llevó unas dieciséis horas.

El Betanzos encallado. A la derecha el faro de Bugio. Al fondo el Océano.

Los intentos para liberar el Betanzos, efectuados por varios remolcadores portugueses el martes 6 y el miércoles 7, resultaron infructuosos y se quedó a la espera de la llegada del remolcador holandés Fairmount Alpine, un monstruo de 75 m de eslora y 205 toneladas de tracción a punto fijo.

El Fairmount Alpine al remolque de otro buque, el Emma Maersk . Maersk Line.

El jueves 8 por la tarde, ante el empeoramiento del estado de la mar y la llegada de la borrasca Félix para el fin de semana, con previsiones de olas de hasta 15 m para la madrugada del sábado al domingo, un helicóptero Agusta de la Esquadra 751 de la Fuerza Aérea Portuguesa rescató a la tripulación del navío y técnicos de salvamento que se encontraban a bordo, en una operación no exenta de riesgo, debido al fuerte viento y el batir de las olas.


Rescate por aire de los tripulantes del Betanzos. Fuerza Aérea Portuguesa.

Sólo quedaba esperar que Félix fuera misericordioso y que su empuje no fracturara el casco del buque provocando un vertido en el estuario del Tajo de sus 130 toneladas de combustible y 20 toneladas de aceites y otros residuos contaminantes.
Afortunadamente, el Betanzos resistió y sólo se apreciaron daños menores, unas planchas deformadas en el doble fondo y agua en la bodega 1.

El lunes 12 fueron trasladados de nuevo al barco, en helicóptero, cuatro de sus tripulantes y personal técnico especialista en tareas de remolque y salvamento, un total de diez personas. Para Aitor había terminado la odisea. Enfermo, quedó postrado en un hotel de Lisboa.
Hubo que preparar de nuevo el navío para el trabajo de tracción y cortar la cadena del ancla, largada para asegurar la varada, por la imposibilidad de cobrarla. La línea de remolque alcanzó una longitud de unas 1,31 millas naúticas, 2.426 m.

Esquema de la línea de remolque del Betanzos.

Los arreones del incorporado Fairmount Alpine hicieron que el martes 13 el Betanzos se desplazara unos 50 m sobre el lecho arenoso, pasando de una profundidad de 3,7-3,9 m a otra de 4,0-4,5 m. Las pleamares ese día fueron de 3,0 m, y crecientes los días posteriores, según se acercaba el equinoccio. Ello hacía pensar que, con las mareas vivas previstas para viernes y sábado, de hasta 3,7 m, y el tiro del remolcador, que lo desplazaba levemente cada día, se salvaría el calado de 7,3 m y el navío quedaría liberado y a flote.

A popa del Betanzos se aprecia el lecho de arena del estuario del Tajo.

Y, efectivamente, así fue.
Cuando me levanté la mañana del viernes 16, 07:20 UTC, el Betanzos navegaba remolcado por la Barra Grande, con fondos de 28,2 m, a 2 nudos de velocidad, rumbo SW, para efectuar una amplísima virada y embocar de nuevo el Tajo, camino del muelle de Beato. Había sido desencallado a las 02:30 UTC, aprovechando la pleamar. La mala suerte lo había varado y la buena suerte había hecho acto de presencia con las mareas vivas del cercano equinoccio de primavera.
A eso de las 13:00 UTC atracó en la terminal. Sin daños humanos y con desperfectos secundarios en el buque, como una grieta de 40 cm en el casco, que, afortunadamente, no había ido a más.
¡Final feliz!

El Betanzos atracado en la terminal de Beato de Lisboa. 16-03-2018 13:00 UTC.

Debemos estar reconocidos a todas las personas que trabajan en la mar, marinos y pescadores. Sin su contribución, penoso trabajo, esfuerzo y sufrimiento, lejos de casa y de la familia, mal pagados, considerando su entrega total y dura labor, no tendríamos asegurados nuestros suministros, es decir, el desarrollo normal de nuestra vida diaria, y una parte muy importante de nuestra dieta proteica. Y no debemos olvidar el sustento económico que aportan a tantísimas familias.


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Deseo expresar un público agradecimiento a todos lo que intervinieron en el rescate del Betanzos en Bugio, su tripulación, por supuesto, y las tripulaciones de remolcadores y otras embarcaciones de apoyo, así como buzos, técnicos especialistas en salvamento y remolque, dotaciones de helicópteros de la Fuerza Aérea portuguesa y todos aquellos que, fuera del lugar de operaciones, realizaron una labor sorda y gris de coordinación, negociación y soporte.
Este trabajo está dedicado al recuerdo y en homenaje a Ángel Aldarondo, querido amigo nuestro, patrón de pesca del bacalao, con multitud de campañas en Terranova a las espaldas, trágicamente desaparecido en la mar de Altea. Ver anexos 1 y 2.


Nota. Se ha empleado www.vesselfinder.com para la consulta y reproducción del posicionamiento de los buques, las cartas naúticas y la batimetría de la zona.
Para las mareas, la página usada ha sido www.tablademareas.com.

Anexo 1. Trailer 1 del documental Arte al agua, sobre la vida de los bacaladeros vascos y gallegos en las campañas de Terranova. 1:50 min.




Anexo 2. Trailer 2 del documental Arte al agua, sobre la vida de los bacaladeros vascos y gallegos en las campañas de Terranova. 3:42 min.




09 marzo 2018

Máquinas de amor

Julio Sánchez Mingo

A Paloma Blanco Lorenzo

Les encanta subirse a los sofás. Se tumban al solecito cuando hace frío y a la sombra si el calor aprieta. En invierno, en casa, se arriman a los radiadores o se sientan en el suelo, por donde pasan las tuberías de la calefacción. Buscan el contacto humano. Son tremendamente mimosos y retozones. Cuando llegas a casa te reciben con grandes muestras de cariño, dando brincos de alegría. Les gusta la calle, excepto si está lloviendo. Si te vas de casa sin ellos, ponen cara de pena. Si te pones los zapatos para salir, coges las llaves y su correa, dan saltos de contento. Son los primeros en subirse al coche y los primeros en bajarse. En el paseo son incansables, van y vienen, vienen y van. Soportan estoicamente las perrerías paradojas del lenguaje de los niños. Son nobles y fieles hasta la muerte. Como decía el propietario de un hotel, no orinan en los lavabos ni se limpian los zapatos con visillos y cortinas. Son insaciables, un saco sin fondo, comen todo lo que pillan. Te persiguen tenazmente a ver si logran algo de la comida que estás cocinando. Tienen un olfato prodigioso y siguen cualquier rastro. Localizan sepultados por un alud o por los escombros producidos por un terremoto o detectan un alijo de droga en cualquier cargamento. Son los ojos de un ciego. Curiosos de carácter, cuando entran en una casa desconocida la recorren de cabo a rabo para ver quién hay y qué encuentran. Su sueño es ligero, no duermen, dormitan, siempre en guardia. Su oído es finísimo y son capaces de reconocer el ruido del motor de un cierto coche, distinguiéndolo de cualquier otro de igual modelo y cilindrada. Son una compañía inmejorable. No se quejan de nada. Son listos, divertidos y juguetones. Entienden cualquiera de tus gestos. No les suele gustar el baño. Son fácilmente adiestrables. Por naturaleza no son agresivos, pero les pueden hacer violentos, explotando su miedo. Su mirada te desarma. Son muy expresivos y gesticulantes; hacen uso de los ojos, el hocico, la boca, la lengua y las extremidades, como las personas, más las orejas y el rabo. Sólo les falta hablar. Son tu alter ego y, también, uno más de la familia. Necesitan al hombre y por eso, si lo tienen, le son infinitamente agradecidos. Generalmente son obedientes, humildes y nada rencorosos.
Sólo tienen dos defectos: viven poco y, llueva, truene, nieve, hiele, haga un sol primaveral o un calor tórrido, te hacen madrugar.

Este otoño pasado, un distinguido y culto parroquiano, compañero de mesa colectiva en un café, los definió señalando a mi peluda acompañante: Son máquinas de amor.


Lola, chuchita chilanga
Francesca, tusilla de estirpe leonesa




VIDEO

Para los más pequeños, de 0 a 100 años, amantes de los animales


El perrito del pescador