24 octubre 2017

Anna


Maria Luisa Ciattei

Traducción del italiano, introducción, documentación y notas de Julio Sánchez Mingo


Hoy se cumple el centenario de la debacle de Caporetto, la disfatta di Caporetto, de la Gran Guerra. Las tropas austro húngaras, reforzadas con efectivos alemanes, hundieron el frente italiano, en la también conocida como XII batalla del Isonzo, causaron 60.000 bajas a sus enemigos, entre muertos y heridos, haciendo 265.000 prisioneros, invadieron su territorio, conquistaron Udine, capital del Friuli, y llegaron hasta las orillas del río Piave, donde las tropas transalpinas replegadas consiguieron, finalmente, mantener la posición. Caporetto es una herida abierta en el corazón del imaginario colectivo de todos los italianos del siglo XX.
El magnífico relato de la profesora Ciattei, crónica de unos hechos reales acontecidos en días previos y posteriores al desastre de Caporetto, es un reconocimiento a la abnegación, el temple, la determinación, la valentía y el sacrificio de Anna, su abuela materna, la protagonista de la historia, paradigma de una raza de mujeres excepcionales que tuvieron que hacer frente a las tragedias y los sucesos de un período muy convulso de la historia europea, y un homenaje a su persona.
Es igualmente una muestra de los horrores de la guerra, de la brutalidad humana, de los comportamientos más nobles y más ruines, del amor maternal, del miedo, de la solidaridad y de las penurias y atrocidades por las que deben pasar los refugiados, entonces italianos, en su propia tierra, ahora de Oriente Medio y África, que llegan a Europa a causa de los conflictos bélicos, las persecuciones, los enfrentamientos étnicos, las hambrunas y la falta de oportunidades para poder llevar una existencia medianamente digna

Dedico toda mi labor de traducción, documentación y redacción de las notas y la introducción a la memoria de Carmen Peraita, mi profesora de lengua, literatura, historia y cultura española, y Giovanni Notte, mi profesor de latín, lengua, literatura, historia y cultura italiana, por su gran aportación a mi educación y, por tanto, a lo que pienso y soy.
J.S.M.



Anna tenía 23 años y vivía en San Rocco, lejos del centro, donde residían sus padres(1). Al tratarse de un matrimonio joven, con dos hijas de corta edad, su marido y ella sólo podían permitirse un piso en la periferia.
Era agosto de 1917, la guerra duraba ya dos años(2). A pesar de que el frente estaba cercano, no se tenían noticias precisas del desarrollo de la contienda. Eso sí, se veía pasar trenes hospital atestados de heridos que se cruzaban con otros que circulaban en sentido opuesto cargados de soldados.
El marido de Anna era ferroviario y estaba lejos, ausente de la ciudad, de servicio.
Un día, cuando regresaba a casa, se produjo un estampido atronador. El polvorín había explotado sin previo aviso. Las niñas y ella fueron arrojadas al suelo por la fuerza de la onda expansiva. No se entendía qué diantre había sucedido(3). La gente corría sin rumbo mientras una nube de esquirlas silbaba en todas direcciones.
Sus hijas gritaban aterrorizadas y Anna trataba de cogerlas en brazos para huir de semejante infierno. Un carabiniere(4) se dirigió hacia ellas con la intención de cargar con una de las chiquillas, pero un fragmento de metralla le cercenó la cabeza. La mayor de las crías dio un grito desgarrador cuando el cuerpo sin vida del agente cayó de golpe.
En ese momento comenzó la odisea de Anna y sus pequeñas. La primogénita enfermó, sin parar de toser y vomitar y, al poco, se puso amarilla. Se dirigieron al centro de la ciudad, a cobijarse y buscar aliento en casa de su suegra, en la calle Sottomonte, donde quedaron alojadas.

En la paz y la serenidad de aquella casa las niñas se fueron calmando, aunque la más pequeña permaneció, durante bastante tiempo, con el estómago y el intestino alterados y todavía, dos meses después de la tragedia, a veces no dormía por las noches. Entonces Anna la tomaba en brazos y la acunaba, paseando de un lado a otro de la casa, cantándole tierna y suavemente balsámicas tonadas.
Una de esas insomnes veladas transcurridas con su hija en el regazo, escuchó, procedentes del cercano y sobrestante Castello, sede del alto mando italiano, murmullos, movimientos y barullo a los que, en principio, no prestó mucha atención hasta que oyó claramente una voz masculina que repetía vehementemente: -Puntas de caballería enemiga están entrando en Cividale(5). ¡Evacuad la ciudad, evacuad la ciudad! Puntas de caballería enemiga están entrando en Cividale. ¡Evacuad la ciudad, evacuad la ciudad!
Corrió a despertar a su suegra. Algo terrible se avecinaba. No había tiempo que perder. Había que huir a toda prisa con las pocas cosas de valor que se tenían. -Presto!, presto!(6)
Cuando accedieron a la calle principal que lleva a la estación, se toparon con el apocalipsis. Una masa ingente de personas, cargadas con sacos, bolsas, fardos y bultos de todo tipo, avanzaba en una sola dirección. Era una riada oscura, desesperada y aterrorizada que escapaba en busca de salvación, dejando atrás sus pertenencias y lo único que conocían(7). Grupos incontrolados se mezclaban con los tenderos, que arrojaban al paso de los fugitivos pedazos de queso y embutidos, y rompían, a golpes de hacha, los toneles de vino que corría a raudales a los pies de la marea de gente enloquecida.
Anna observaba dejándose llevar por la muchedumbre, con una de las niñas en brazos y la otra agarrada a su amplia falda. -Agárrate, ninin(8), no te sueltes, ten cuidado!- gritaba a su hija mayor que la escuchaba con los ojos cerrados.
Tras un lapso de tiempo que les pareció infinito, consiguieron subir a un tren que partía hacia el oeste y ocuparon un compartimento junto a la tía Eva, que mientras tanto se había unido a ellas.
El convoy se puso en movimiento. Desde la ventanilla Anna miró hacia la estación, ahora vacía de gente pero repleta de trastos abandonados en el último momento. Afortunadamente estaban a salvo y se estaban yendo. -“Adiós, Udine. Quién sabe que nos sucederá de ahora en adelante. ¿Dónde estarán mi marido, mi padre, nuestros parientes, los amigos?”-. Mil pensamientos se agolpaban en su cabeza en aquel momento de despedida. Ellas habían tenido suerte porque muchos otros huían a pie tratando de cruzar los puentes minados sobre el río Tagliamento, que eran volados inmisericordemente mientas los fugitivos, presa del pánico, los atravesaban.

El tren se paraba continuamente, circulando lentamente en fila con otros que le precedían, también atestados de prófugos que se dirigían a occidente. Unas veces se detenía en estaciones intermedias para dar paso a convoyes militares, repletos de soldados, que se dirigían al frente; otras muchas más para recoger heridos que, por su estado, lograban escaparse de hospitales de campaña diseminados a lo largo de la ruta.
También Anna, llena de pena, acogió en su abarrotado compartimento a dos pobres soldados. Uno de ellos con una grave herida en la espalda y fiebre altísima. El otro era un ardito(9), con los ojos fuera de las órbitas, como si estuviera loco.
Aquella misma noche, este último tuvo una pesadilla pavorosa. Se alzó en pie, amenazante, con la bayoneta en la mano, gritando como un poseso. La tía Eva, aquejada de una profunda crisis nerviosa y que tenía dificultades para dormir, lo vio, afortunadamente, y lo sacudió gritando: -Joven, joven, ¡cálmese, cálmese!- Se despertó de sobresalto y, desorientado, con las manos en la frente, cubriéndose los ojos, sólo alcanzó a decir: -Dios santo, he tenido un sueño terrible, señora….. Dios mío, qué alivio, estoy aquí, los habría matado a todos.

El tren avanzaba renqueante, cada vez más lento. Se había detenido cerca del río Piave y llevaba varias horas sin moverse. Por la ventanilla, Anna y los otros ocupantes del compartimento observaban el caos reinante en aquella pequeña estación. Otro convoy se estacionó para descargar víveres y provisiones. Por la otra parte de las vías, un joven oficial muy alto y delgado, con su pistola en la mano, tiroteaba a los soldados y gritaba como un poseso: -Alineaos, bellacos, alineaos, tenemos que montar una cabeza de puente al otro lado del Piave… alineaos bellacos- y contaba -Uno, dos tres, cuatro...- y, al llegar a diez, disparaba(10). Alguno intentaba escapar y entonces el superior le descerrajaba un balazo. En medio del estupor general de los pasajeros que no daban crédito a lo que veían y aprovechando la confusión del momento, Anna se apeó del coche de ferrocarril y, lista, ágil y veloz como un hurón, alcanzó un vagón del tren de avituallamiento y, tras dar un vistazo, se hizo con una panceta y una mortadela. Llevaban dos días de viaje, sin nada que comer, y el hambre pudo con el miedo. Pero cuando regresaba a su tren con el botín, el joven oficial de la escena anterior, pistola en mano, le cortó el paso y se dirigió a ella, encañonándola con la pistola: -Quieta. ¿Quién es usted?.
El militar tenía la frente perlada de sudor, ojos feroces y amenazadores que la examinaban de arriba a abajo y el brazo extendido, listo para disparar. Anna respondió apresuradamente, consciente de que podían ser sus últimas palabras: -Soy una pobre prófuga de aquel tren, con dos niñas, dos señoras mayores y dos soldados heridos. Viajamos desde hace días y nos estamos muriendo de hambre- No la dejó continuar y, acompañando con un gesto de la mano que empuñaba el arma, le gritó: -Váyase! Fuera de aquí! Per la Madonna, fuera de aquí, quítese de en medio!
Con una tijera de uñas se cortó aquella comida tan deseada. Se alimentó al soldado malherido, que comió con ansia. Las crías dejaron de llorar y todos los ocupantes del compartimento, reunidos alrededor de las chacinas, recobraron la serenidad y se olvidaron del infierno desatado más allá de la ventanilla, de donde llegaban gritos, órdenes y detonaciones de armas de fuego.
Cuando Dios quiso el convoy se puso de nuevo en marcha y procedió hasta Milán con una lentitud exasperante, dando continuamente preferencia a los trenes hospital y a los trenes militares que circulaban en sentido opuesto, hacia el frente.

Finalmente llegaron a la capital lombarda en condiciones penosas. Estaban sucias, maltrechas, despeinadas, arrastrando sus pobres pertenencias preparadas deprisa y corriendo. Iban plagadas de piojos de trinchera que seguramente les habían transmitido los militares del tren.
En la estación, las personas se apartaban a su paso -¿Pero quién es esta gentuza? ¿De dónde vienen? ¿Son gitanos?- murmuraban. En aquello tiempos las telecomunicaciones estaban en sus albores(11) y la información no fluía a la velocidad de ahora, por lo que la población milanesa estaba sinceramente sorprendida ante la visión de aquellas pobres mujeres, ya que desconocía la debacle de Caporetto(12). Anna, molesta con aquellos comentarios, se paró y dijo: -Somos refugiados friulanos, escapados de Udine, donde han entrado los enemigos. Hace días que viajamos.
Ante aquellas palabras la gente las rodeó afectuosamente: -Pobres, venid a la cantina a tomar algo y nos contáis lo sucedido.
Más muertas que vivas se dirigieron al bar de la estación. Estando allí, su tía oyó a un hombre que decía claramente: -Desde luego, ir allí, a matarse por aquellas cuatro piedras. ¡Cosa de locos!- A Eva, que durante tres días y sus correspondientes noches no había proferido vocablo por la crisis derivada del estado de choque en que se encontraba, aquellas palabras le hicieron el efecto de un potente laxante verbal. Pensando en qué parte del frente oriental estaría su marido, trastornada por tantos días de viaje y los padecimientos sufridos, se subió a una mesa y empezó a arengar al gentío con una soflama patriótica que habría sido la envidia de D’Annunzio(13). Anna, lívida, le tiró de la sucísima combinación, que colgaba por debajo de la falda, diciéndole: -Tía, bájate por favor, cálmate, te lo ruego- Eva no se apaciguó, pero tan bien debía haber hablado que, cuando finalmente calló, una salva de aplausos vino a reemplazar el silencio que se había establecido a su alrededor. En ese momento, con el ruido de las palmas, salió del trance en el que había estado. No entendía lo que sucedía y qué hacía ella sobre aquella mesa. Se pasó el resto de su vida afirmando que no recordaba absolutamente nada de haber pronunciado aquellos verbos encendidos.

Las cinco mujeres se encaminaron hacia Monza, a casa de la tía, solas, con unas pocas y pobres pertenencias, sin saber dónde estaban sus hombres y, pacientemente, como han tenido que hacer las mujeres desde tiempo inmemorial, trataron de sobrevivir a la espera de tiempos mejores(14).


Notas del traductor

(1) La acción comienza en Udine, capital de la región italiana del Friuli, en el norte del país, a unos 100 km de la frontera austríaca en Tarvisio y 32 km de la frontera eslovena en Stupizza. Caporetto, ahora Kobarid, se halla a 44 km.
La ciudad cuenta en la actualidad con unos 100.000 habitantes, que eran unos 47.000 en 1915, pasando a 67.000 en 1917, debido al devenir de la guerra y al establecimiento en la ciudad, en el Castello, del alto mando italiano, con el general Luigi Cadorna a la cabeza. El oficial sin piedad, de la disciplina a ultranza y de los ataques frontales, que ocasionaron la muerte a decenas de miles de jóvenes reclutas.

(2) Italia se incorporó a la guerra en 1915, con el objetivo fundamental de lograr ganancias territoriales en el norte del país y alcanzar la tan ansiada unificación nacional, l’Unità d’Italia. Con la victoria aliada obtuvo Trentino-Alto Adigio y la península de Istria.

(3) El origen de la voladura del polvorín de Sant’Osvaldo, el 27 de agosto de 1917, nunca fue aclarado. El mando italiano impuso la censura. El barrio, donde vivían 1.900 personas, fue arrasado. Ardieron y desaparecieron más de 100 casas, incluida la iglesia. Toda Udine fue afectada, con desperfectos en 10.000 edificios. Hubo 26 víctimas mortales civiles y se habla de hasta 200 militares fallecidos. La primera explosión se produjo a las 10:45 de la mañana, prolongándose los estallidos hasta la tarde.
El depósito de explosivos y armamento estaba camuflado como una instalación sanitaria, cubierto con enormes lonas con la enseña de la Cruz Roja. Se encontraba a unos 300 metros del manicomio, entonces habilitado y utilizado como hospital militar.

(4) Carabinieri: Cuerpo militarizado de policía, análogo a la Guardia Civil española.

(5) Cividale: Localidad friulana distante 15 km de Udine.

(6) Mantengo el texto original en italiano, por ser muy gráfico. Es término que existe en español, con igual significado, pero poco usado y excesivamente literario. Se podía haber traducido por: - ¡Deprisa, deprisa! O ¡Venga, venga!

(7) Hay que tener muy presente lo duro y difícil que es enfrentarse a lo desconocido, máxime sin recursos. En 1917 la mayoría de las personas no había salido nunca de su pueblo o ciudad. Imaginemos a los pobres e ignorantes soldados de reemplazo camino del frente, del matadero. No es de extrañar que el origen de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 fuera el envío forzoso de soldados de clases populares a la guerra de Marruecos.

(8) Diminutivo afectivo de nino, bambino, niño en italiano.

(9) Ardito: En italiano, soldado de élite perteneciente a las unidades especiales de Arditi, fuerzas de choque y asalto creadas en Italia durante la Gran Guerra, para actuar en operaciones especiales. El término significa valiente.

(10) Castigo extremo de disciplina militar, que consiste en ejecutar a uno de cada diez soldados con el objeto de mantener el orden y la obediencia. Lo aplicaban los antiguos romanos, decimatio, y lo recuperó Cadorna en la Gran Guerra, en el Regio Esercito, -para erradicar la cobardía (sic)-. En italiano recibe el nombre de decimazione.

(11) En mayo de 1884 fue activado el servicio telefónico público entre Milan y Monza, distantes unos 20 km. Es considerada la primera línea interurbana italiana.

(12) A lo que también contribuía la censura militar.

(13) Gabriele D’Annunzio: Poeta, novelista, dramaturgo, militar y político italiano, héroe del irredentismo italiano tras la Gran Guerra, famoso por su ardiente oratoria.

(14) En un coloquio mantenido en Madrid en la Feria del Libro de 2014, Andrea Molesini, autor de la novela Entre enemigos, ambientada en la Gran Guerra, y el historiador Daniele Ceschin disertaron sobre la huella que la derrota de Caporetto ha dejado en la memoria colectiva de los italianos. Además tocaron algunos temas que Maria Luisa Ciattei recoge en su relato Anna.
El 24 de octubre de 1917, después de dos años y medio de guerra en los que Italia había perdido medio millón de hombres, comienza la batalla de Caporetto, que pasó a formar parte de una frase hecha utilizada para hablar de una completa debacle. La aplastante derrota infligida por las tropas austrohúngaras costó a Italia la vida de 40.000 hombres y fueron hechos prisioneros 265.000 soldados. El profesor Daniele Ceschin recordó que “los historiadores de la Italia fascista nunca citaron la batalla por su nombre, intentaron ocultar un episodio vergonzoso en la joven historia de la Italia unificada”. Sin embargo, no pudieron hacer olvidar un episodio que significó “tanto para la sociedad como para sus dirigentes, una herida profunda y también inmediata, según reveló el suicidio de un senador, solución que también llegó a contemplar Mussolini”. También gravísimas fueron las repercusiones militares de aquella derrota: “Una vez las tropas austrohúngaras tomaron Caporetto, hoy llamada Kobarid, en Eslovenia, tenían el paso franco para avanzar por la llanura del Véneto”. El ejército italiano, con la cadena de mando destrozada, se retira hasta el río Piave y la población civil huye masivamente de los territorios ocupados. “Hay que tener en cuenta que esa población había dado toda la credibilidad a las que el historiador Marc Bloch llamó noticias falsas, aquellas que hablaban de las mujeres violadas en Bélgica; estaban convencidos de que eran verdaderas las imágenes de niños belgas con las manos amputadas. Eran los recursos que utilizó la propaganda para ilustrar la brutalidad del enemigo. Así que los civiles huyeron despavoridos.
Daniele Ceschin subrayó que aquellos refugiados, cerca de medio millón, constituían “la imagen viviente de la derrota, que el Ministerio del Interior intentaba ocultar”. Llegaron en tren, de noche, de forma casi clandestina a sus destinos, en las regiones de Bolonia, Lombardía y la Toscana. Este movimiento de población fue el que permitió, en opinión de Ceschin, que “Italia, que acababa de celebrar en 1911 el 50º aniversario de su unificación, aprendiese a conocer las distintas partes que la componen durante la Gran Guerra”. Comentando también las consecuencias de la guerra, Andrea Molesini añadió que el conflicto “vino a liquidar aquella sociedad decimonónica, aristocrática, con diferencias sociales muy marcadas” (Tomado de la reseña del coloquio publicada por la Feria del Libro de Madrid).



Los sucesos del frente italoaustríaco de la Gran Guerra en los días de la debacle de Caporetto y la toma de Udine, según los números del diario ABC de la época

Es llamativo observar las distintas versiones de la realidad que, en sus partes de guerra, van ofreciendo italianos y austroalemanes con el transcurso de los acontecimientos. Escuetos, sin aportar datos, los primeros y pródigos en detalles de sus conquistas los segundos.

Tampoco ABC en sus crónicas habla en concreto de la debacle de Caporetto (Kobarid) ni muestra la población en sus mapas esquemáticos del frente. Caporetto está situado en el curso del río Isonzo (Soča), a mitad de camino entre Saga (Zaga) y Tolmino (Tolmin). 


ABC 28-10-1917 Pág. 8

ABC 28-10-1917 Pág. 9

ABC 29-10-1917 Pág. 12

ABC 29-10-1917 Pág. 13

ABC 30-10-1917 Pág. 11

ABC 30-10-1917 Pág. 13

ABC 31-10-1917 Pág. 7

13 octubre 2017

El jurado lo tiene muy difícil

              A. L. R.

Fotografías seleccionadas para la gran final del II Premio La Foto del Verano de Diario de Madrid

El jurado está compuesto por Campo García Rodríguez, Pilar Sánchez Expáriz, Jessica Thomas Hernández, Jesús Ramos Alonso, César Rodríguez González y Miguel Ángel Valenzuela García. Muchas gracias por su labor.